2012. Mayo. Córdoba. Sábado de feria. Mi feria. Su feria (aunque
no pudo disfrutar de ella mucho los últimos años).
El sábado de feria del 2012 fue un día duro. No porque
llevara 14 horas bailando, bebiendo y riendo. Fue duro porque ese día me di
cuenta de que mi padre se iba a morir. No tenía datos, ni la confirmación del
médico, ni la de nadie, pero yo ya lo sabía. Estábamos inmersos en un proceso
de plena recuperación para el tercer trasplante, pero ese trasplante nunca
llegó a producirse; lo supe perfectamente ese día. Nunca antes había estado tan
convencido de algo. Por desgracia.
En realidad, no había ningún dato físico que me hiciera llegar
a esa conclusión, pero fue más una convicción propia que otra cosa. Ojalá me
hubiera equivocado. Ese día decidí que China, Australia o la isla perdida del Pacífico
podían esperar. Debía y quería quedarme en Córdoba el tiempo que fuera
necesario. Y así fue. No me arrepiento; al contrario, es la mejor decisión que
he tomado en mi vida.
No llevábamos unos meses fáciles, esquivando a la fatalidad
casi en el último segundo durante varias veces. Al final conseguíamos
levantarnos, reírnos y mirar hacia adelante. Pero ese día supe que tarde o
temprano, la suerte se acabaría.
Como he dicho, fue un sábado de feria, por la noche: una palabra,
un ¿qué tal? y una confesión entre lágrimas. Quizás ha sido la única vez que he
llorado en público en los últimos años. La ocasión lo merecía, y la gente que
me acompañaba también. Aunque ellos no entendieran el motivo. “No pasa nada, no
te preocupes”, me dijeron. Ese el problema, que no va a pasar nada, pensé yo.
Quizás haya sido el día más duro de todas mis ferias (superando a aquel día en
que me intenté comer un bocadillo de lomo, se me cayó el lomo y me comí el pan.
Sin darme cuenta).
Desde ese día de mayo y hasta el 7 de enero, disfruté como
nunca de cada segundo, hora o día que pasaba en familia. Sabía que unos de
estos segundos, horas o días sería el último. Y así fue.
Siempre pienso que tuvo gracia que esto me pasara un día de
feria. La feria que tanto me gusta, la feria que tanto te gustaba y a las que
nos obligabas a ir a comer todos juntos un día. Puedes estar tranquilo,
seguiremos yendo todos los años a comer todos juntos a la feria. De eso me
encargo yo. Y de la misma manera, cada sábado de feria, me seguiré acordando
del día en que cambié mi vida para poder disfrutar de las adversidades.
¿Hay una manera mejor de echar el cierre a un blog?
Probablemente no. Familia + Feria es una combinación inigualable.
Por eso, nos vemos en la feria. J
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